En 1950, el 3 de septiembre, en las calles Colón y Alsina se inauguraba un gigante circular, un templo sagrado, un monumento, justo en el mismo lugar donde Racing había jugado durante las cuatro décadas anteriores. Primero fue potrero, después se le sumaron cinco filas de tablones y por último se le dio un toque inglés, con un techo muy coqueto. Hasta que en 1947 se decidió construir un nuevo escenario, previo pedido de un crédito por 3.000.000 de pesos moneda nacional al Gobierno de la Nación para comprarle los terrenos al ferrocarril por 960.000 y poder comenzar las obras (para tener una idea, una camisa costaba 40; un par de zapatos, 55). “A esa cancha la vimos nacer. Nos entrenábamos al lado, donde ahora está la playa de estacionamiento. Ladrillo a ladrillo vimos cómo se levantaba, hasta que llegó el día de la inauguración. En las tribunas, la gente con sombrero y traje. Un Buenos Aires menos poblado, el Buenos Aires de los tranvías. Antiguo, con mucha tranquilidad. Sin violencia, con puertas abiertas. Era un mundo completamente diferente”, cuenta Ezra Sued, en aquel entonces un puntero izquierdo con una calidad distinta para manejarse sobre la raya.
Con una capacidad inicial para 120 mil espectadores (según el contrato entre el club y la empresa) y una maqueta imitación a uno en Pensacola (Estados Unidos), se lo ubicó detrás del Maracaná, de Río de Janeiro.
Fue en 1947 cuando la idea de construir un nuevo estadio comenzó a materializarse. El 7 de enero el presidente Carlos Alberto Paillot decidió pedir un presupuesto a la Compañía General de Obras Públicas (GEOPE), el 30 se resolvió aprobar el presupuesto elevado por la empresa en la suma de $ 7.564.392 moneda nacional (finalmente la obra costó alrededor de 15 millones) y el 13 de febrero se firmaron los papeles.
“Era más romántica la otra cancha. Era de madera, tipo inglés. Pero la nueva nos dio buenos resultados. El primer título de Racing en el profesionalismo lo ganamos jugando en la cancha de Boca, aunque también habíamos hecho de locales en San Lorenzo e Independiente. Y en 1950, habíamos perdido diez partidos hasta que se inauguró el estadio”, agrega Sued.
El campeón de 1949 salió por primera vez a la cancha en Avellaneda contra Vélez, por la 21ª fecha del campeonato de 1950. Tucho Méndez y el Maestro Bravo fueron los primeros en pisar el césped. Y Juan Domingo Perón, presidente de la Nación en ese momento, fue el encargado de dar el puntapié inicial. “Fue importante Perón para hacer esa cancha. En una época en la que no se conseguía cemento en el país, había de sobra para la cancha de Racing”, cuenta Mauricio Fuchs, que por ese entonces tenía 22 años y jugó de titular ante la lesión de Fonda. Todavía faltaban nueve fechas para jugar como local y Racing consiguió una proeza única: ganó los nueve partidos. Incluso, a partir de ese momento no sólo alcanzó la punta, que hasta entonces era de San Lorenzo, sino que también comenzó a verse un equipo distinto.
El gol del Turco Llamil Simes a Vélez le abrió a la Academia el camino hacia el bicampeonato. “Tomado el tiro de esquina por Sued, recibió la ball Bravo, de cabeza, y Simes, colocado sobre la misma línea del arco, de igual manera la envió al fondo de la red”, decía en la crónica del diario Clarín del 4 de septiembre de 1950. “íLa que se armó cuando Simes metió el gol!”, dice el Turquito Sued, muchas veces acusado de hablarse en árabe con su compañero de ataque. “Decían que Simes estaba en orsai (sic). Se pusieron como locos los de Vélez. Yo iba caminando hacia el quilombo y Bermúdez me dio un saque de atrás que me sacudió el comedor”, agrega Fuchs.
Apenas un día antes de la presentación se había firmado el acta de entrega del estadio. “Actuando en representación de las respectivas instituciones conviene en lo siguiente: se deja en constancia que han sido terminados los trabajos según contrato de fecha 13 de febrero de 1947 y que se le hace entrega al Racing Club de un estadio monumental con capacidad para 120 mil personas”, se puede leer aún hoy, en el acta N 85 del club.
En el contrato también figuraba la construcción de una pista de baile, patinaje y básquet, como así también de “locales” para la concentración de los jugadores.
Momentos mágicos. Campo de batallas futbolísticas, de campeonatos ganados, de alegrías interminables, de momentos mágicos. Como aquella oportunidad, en marzo de 1955, que el Loco Corbatta entró por primera vez el estadio, con 19 años recién cumplidos, unas viejas alpargatas y una camisa a cuadros. O en 1962, cuando el Chango Cárdenas llegó con un traje celeste que le había regalado el presidente de su club en Santiago del Estero, para firmar su primer contrato. Tenía 16 años y aún no le decían Chango. O tres años más tarde, un 19 de septiembre de 1965, cuando la tabla de posiciones mostraba a Racing en el último puesto y apareció Juan José Pizzuti para darle vida al equipo multicampeón 66/67.
“Siempre fue difícil ganarnos en nuestra cancha, pero mucho más al principio. Era como un chiche nuevo y ninguno quería que nos ganaran así nomás. Y en 1966, en esa racha de 39 partidos invictos, si no nos podían ganar de visitante imaginate lo que era de local”, recuerda Pizzuti, quien tuvo dos etapas como jugador de Racing (52-54 y 56-62) y tres como entrenador (65-69, 75 y 83).
Los corderitos de César. Cuidar semejante santuario no era sencillo. César Mattiussi era el padre de Tita y el encargado del mantenimiento del campo de juego. “¿Sabe cómo cuidaba la cancha?”, pregunta Sued, hablando bajito, como quien revela un secreto. Y enseguida da la clave: “Tenía tres corderitos. Terminábamos de entrenar, la regaba y soltaba a sus corderitos, que comían al ras del suelo y no rompían la raíz. Don César decía que había aprendido esa técnica en Italia”.
La familia Mattiussi vivía en una casita de madera, donde ahora está la playa de estacionamiento. Pero cuando se hizo la cancha nueva le dieron un departamento debajo de una de las tribunas.
Antonio Rodríguez; Higinio García y García Pérez; Fuchs, Rastelli y Gutiérrez; Boyé, Méndez, Bravo, Simes y Sued. De ese equipo inicial, Rubén Bravo era el que hacía los goles más maravillosos. “Una elegancia para jugar. Era una niña, en punta de pie corría”, recuerda Inocencio Alberto Rastelli, un centro medio de notable despliegue, batallador.
Se estremecía el cemento cada vez que ese equipo de estrellas salía a la cancha. “Viva Racing, que viva en la historia, por 20 veces el nombre del campeón…”, cantaban en la tribuna, a modo de himno.
Aún hoy, basta con dar una vuelta por el Cilindro y cerrar los ojos para escuchar a la N 1 alentando a crack del pasado. Para respirar ese aire de tierra santa. Para percibir esa historia que comenzó a escribirse, este domingo, hace más de 50 años.