viernes, 6 de agosto de 2010

Fundación del gran Racing Club

1913-primer-equipo

Empezaba el siglo XX y Barracas al Sud era una de las zonas que recibía más inmigrantes, y, en 1904, sería rebautizada como Avellaneda. La AFA había sido fundada 8 años atrás y el fútbol, traído por los ingleses a mediados del siglo pasado, cada vez adquiría mayor popularidad.

El 12 de mayo de 1901 un grupo de estudiantes del Colegio Nacional Central Pedro Werner, presidente, Salvador Sohorondo, tesorero, y los demás miembros fueron nombrados vocales. El requisito imprescindible para ser asociado era ser jugador del equipo. El club sufrió un cisma a menos de un año de existencia. El argumento determinante fue la
elección de los colores de la camiseta que representaría al club. El presidente de la institución tenía la idea de hacerla a rayas negras y amarillas mientras que otro grupo de socios deseaban que esta fuese roja. La falta de acuerdo tuvo como consecuencia la división de la institución. En 1902 un grupo mayoritario de socios del Barracas al Sud fundó Colorados Unidos. fundaron el Football Club Barracas al Sud. La mesa directiva fundadora estuvo integrada por

El 25 de marzo de 1903 en una reunión de ambos clubes se decidió que lo mejor por el fin común era unificar ambas instituciones y en ese momento se fundó el Racing Football Club. El nombre surge debido a que Germán Vidaillac, uno de los socios, mostró frente a sus compañeros una revista francesa de automovilismo, cuyo nombre era Racing Club. La moción fue aprobada clamorosamente. La Academia no adoptó los colores albicelestes sino hasta el año 1910, en franjas verticales, en conmemoración al centenario de la Primera Junta por ser el primer equipo argentino fundado íntegramente por criollos.

Fundación del Cilindro de Avellaneda

estreno de la cancha

En 1950, el 3 de septiembre, en las calles Colón y Alsina se inauguraba un gigante circular, un templo sagrado, un monumento, justo en el mismo lugar donde Racing había jugado durante las cuatro décadas anteriores. Primero fue potrero, después se le sumaron cinco filas de tablones y por último se le dio un toque inglés, con un techo muy coqueto. Hasta que en 1947 se decidió construir un nuevo escenario, previo pedido de un crédito por 3.000.000 de pesos moneda nacional al Gobierno de la Nación para comprarle los terrenos al ferrocarril por 960.000 y poder comenzar las obras (para tener una idea, una camisa costaba 40; un par de zapatos, 55).

“A esa cancha la vimos nacer. Nos entrenábamos al lado, donde ahora está la playa de estacionamiento. Ladrillo a ladrillo vimos cómo se levantaba, hasta que llegó el día de la inauguración. En las tribunas, la gente con sombrero y traje. Un Buenos Aires menos poblado, el Buenos Aires de los tranvías. Antiguo, con mucha tranquilidad. Sin violencia, con puertas abiertas. Era un mundo completamente diferente”, cuenta Ezra Sued, en aquel entonces un puntero izquierdo con una calidad distinta para manejarse sobre la raya.

Con una capacidad inicial para 120 mil espectadores (según el contrato entre el club y la empresa) y una maqueta imitación a uno en Pensacola (Estados Unidos), se lo ubicó detrás del Maracaná, de Río de Janeiro.

Fue en 1947 cuando la idea de construir un nuevo estadio comenzó a materializarse. El 7 de enero el presidente Carlos Alberto Paillot decidió pedir un presupuesto a la Compañía General de Obras Públicas (GEOPE), el 30 se resolvió aprobar el presupuesto elevado por la empresa en la suma de $ 7.564.392 moneda nacional (finalmente la obra costó alrededor de 15 millones) y el 13 de febrero se firmaron los papeles.

“Era más romántica la otra cancha. Era de madera, tipo inglés. Pero la nueva nos dio buenos resultados. El primer título de Racing en el profesionalismo lo ganamos jugando en la cancha de Boca, aunque también habíamos hecho de locales en San Lorenzo e Independiente. Y en 1950, habíamos perdido diez partidos hasta que se inauguró el estadio”, agrega Sued.

El campeón de 1949 salió por primera vez a la cancha en Avellaneda contra Vélez, por la 21ª fecha del campeonato de 1950. Tucho Méndez y el Maestro Bravo fueron los primeros en pisar el césped. Y Juan Domingo Perón, presidente de la Nación en ese momento, fue el encargado de dar el puntapié inicial. “Fue importante Perón para hacer esa cancha. En una época en la que no se conseguía cemento en el país, había de sobra para la cancha de Racing”, cuenta Mauricio Fuchs, que por ese entonces tenía 22 años y jugó de titular ante la lesión de Fonda. Todavía faltaban nueve fechas para jugar como local y Racing consiguió una proeza única: ganó los nueve partidos. Incluso, a partir de ese momento no sólo alcanzó la punta, que hasta entonces era de San Lorenzo, sino que también comenzó a verse un equipo distinto.

El gol del Turco Llamil Simes a Vélez le abrió a la Academia el camino hacia el bicampeonato. “Tomado el tiro de esquina por Sued, recibió la ball Bravo, de cabeza, y Simes, colocado sobre la misma línea del arco, de igual manera la envió al fondo de la red”, decía en la crónica del diario Clarín del 4 de septiembre de 1950. “íLa que se armó cuando Simes metió el gol!”, dice el Turquito Sued, muchas veces acusado de hablarse en árabe con su compañero de ataque. “Decían que Simes estaba en orsai (sic). Se pusieron como locos los de Vélez. Yo iba caminando hacia el quilombo y Bermúdez me dio un saque de atrás que me sacudió el comedor”, agrega Fuchs.

Apenas un día antes de la presentación se había firmado el acta de entrega del estadio. “Actuando en representación de las respectivas instituciones conviene en lo siguiente: se deja en constancia que han sido terminados los trabajos según contrato de fecha 13 de febrero de 1947 y que se le hace entrega al Racing Club de un estadio monumental con capacidad para 120 mil personas”, se puede leer aún hoy, en el acta N 85 del club.

En el contrato también figuraba la construcción de una pista de baile, patinaje y básquet, como así también de “locales” para la concentración de los jugadores.

Momentos mágicos. Campo de batallas futbolísticas, de campeonatos ganados, de alegrías interminables, de momentos mágicos. Como aquella oportunidad, en marzo de 1955, que el Loco Corbatta entró por primera vez el estadio, con 19 años recién cumplidos, unas viejas alpargatas y una camisa a cuadros. O en 1962, cuando el Chango Cárdenas llegó con un traje celeste que le había regalado el presidente de su club en Santiago del Estero, para firmar su primer contrato. Tenía 16 años y aún no le decían Chango. O tres años más tarde, un 19 de septiembre de 1965, cuando la tabla de posiciones mostraba a Racing en el último puesto y apareció Juan José Pizzuti para darle vida al equipo multicampeón 66/67.

“Siempre fue difícil ganarnos en nuestra cancha, pero mucho más al principio. Era como un chiche nuevo y ninguno quería que nos ganaran así nomás. Y en 1966, en esa racha de 39 partidos invictos, si no nos podían ganar de visitante imaginate lo que era de local”, recuerda Pizzuti, quien tuvo dos etapas como jugador de Racing (52-54 y 56-62) y tres como entrenador (65-69, 75 y 83).

Los corderitos de César. Cuidar semejante santuario no era sencillo. César Mattiussi era el padre de Tita y el encargado del mantenimiento del campo de juego. “¿Sabe cómo cuidaba la cancha?”, pregunta Sued, hablando bajito, como quien revela un secreto. Y enseguida da la clave: “Tenía tres corderitos. Terminábamos de entrenar, la regaba y soltaba a sus corderitos, que comían al ras del suelo y no rompían la raíz. Don César decía que había aprendido esa técnica en Italia”.

La familia Mattiussi vivía en una casita de madera, donde ahora está la playa de estacionamiento. Pero cuando se hizo la cancha nueva le dieron un departamento debajo de una de las tribunas.

Antonio Rodríguez; Higinio García y García Pérez; Fuchs, Rastelli y Gutiérrez; Boyé, Méndez, Bravo, Simes y Sued. De ese equipo inicial, Rubén Bravo era el que hacía los goles más maravillosos. “Una elegancia para jugar. Era una niña, en punta de pie corría”, recuerda Inocencio Alberto Rastelli, un centro medio de notable despliegue, batallador.

Se estremecía el cemento cada vez que ese equipo de estrellas salía a la cancha. “Viva Racing, que viva en la historia, por 20 veces el nombre del campeón…”, cantaban en la tribuna, a modo de himno.

Aún hoy, basta con dar una vuelta por el Cilindro y cerrar los ojos para escuchar a la N 1 alentando a crack del pasado. Para respirar ese aire de tierra santa. Para percibir esa historia que comenzó a escribirse, este domingo, hace más de 50 años.

El Equipo de José

racing club 1967 campeon del mundo

Los primeros años de la década del 60 se caracterizaron por el fútbol defensivo y la especulación. Pero apareció Juan José Pizzuti, quien había sido un jugador con enorme despliegue, capacidad técnica y una formidable pegada en Banfield, River, Racing, Boca y la Selección y cambió la historia: propuso un juego de gran dinámica, sin posiciones fijas, con jugadores en constante movimiento, como un anticipo del fútbol total, que años después impondría Holanda. Pizzuti inició su carrera como técnico con un fugaz paso por Chacarita. Con Racing en el último puesto y luego de que varios colegas rechazaron el ofrecimiento, a mediados de setiembre de 1965 se hizo cargo del equipo. Debutó el 19 de ese mes ganándole a River, puntero del campeonato, por 3-1 (dos goles de J. J. Rodríguez y Castillo; y Luis Artime para el perdedor) e inició una racha histórica. Al final del torneo, tras 14 fechas invicto, Racing ocupó el quinto lugar.

Al año siguiente, introdujo algunas variantes: lo ubicó a Roberto Perfumo como primer marcador central, a Alfio Basile, quien era volante, como segundo zaguero, y a Rubén Panadero Díaz, 6 en la Tercera, de marcador de punta. Con varios refuerzos (Antonino Spilinga; Mori, en trueque con Independiente por el pase de Pastoriza; Joao Cardoso y desde Banfield llegaron Norberto Raffo y Jaime Donald Martinoli), el equipo se consolidó cuando regresó desde Italia Humberto Dionisio Maschio, un jugador de enorme talento, goleador del Sudamericano de 1957. Se ubicó como volante creativo y se convirtió en la figura del equipo. Era quien ponía la pausa justa para darle equilibrio a tanto vértigo. Con un fútbol audaz y ofensivo, Racing ganó la primera rueda con 32 puntos, uno más que River. Finalmente se consagró campeón con 61 puntos, 5 más que River, con 38 partidos jugados, 24 ganados, 13 empates y la formidable marca de un sólo encuentro perdido, con River 2-0, en la 26, fecha, el día que finalizó la excepcional serie de 39 partidos invictos, una marca que perduró casi 33 años, cuando la quebró el Boca de Bianchi.

Pero El Equipo de José, como lo inmortalizó su hinchada, quería tener patente internacional. En 1967 se lanzó a la conquista de la Copa Libertadores. En un viaje aéreo en Colombia, yendo a Medellín, el avión estuvo a punto de caer. Fue milagrosa la llegada al aeropuerto donde 32 años antes había encontrado la muerte Carlos Gardel. “Si nos salvamos de ésta, somos campeones de América y del Mundo”, fue la reflexión de la mayoría del plantel. Primero dejó atrás a River, a los colombianos Independiente Santa Fe e Independiente Medellín y a los bolivianos Bolívar y 31 de Octubre. En semifinales, además de River y Colo Colo, le tocó un durísimo rival: Universitario de Lima, Perú. Tuvo que ir a un desempate en Chile. En el Estadio Nacional de Santiago le ganó 2-1, con dos goles de Raffo. Su último adversario en la final fue Nacional de Montevideo. Empataron en Avellaneda y en la capital uruguaya 0-0 y debieron viajar nuevamente a Santiago de Chile. En la final, con goles de Raffo y el brasileño Joao Cardoso ganó 2-1 e inscribió su nombre en la Copa Libertadores.

“¡Dale, dale ahora”, le gritó el Bocha Maschio desde la izquierda, cuando intuyó la vacilación del delantero a 35 metros del arco, aquella tarde, el 4 de noviembre de 1967, en el mítico estadio Centenario de Montevideo. El santiagueño Juan Carlos Cárdenas había recibido la pelota de Rulli y arrancó en diagonal para la izquierda, mientras los escoceses retrocedían y vigilaban el posible pase a Maschio o a Raffo. Pero al Chango lo animó el grito de Maschio y pateó. La pelota voló y se clavó en el ángulo del sorprendido arquero Fallon. Los cinco mil argentinos que viajaron a Montevideo iniciaron el festejo, mientras el resto enmudecía. Los uruguayos se habían volcado en favor del Celtic. Cárdenas siguió su carrera y terminó colgado de Pizzuti, el mentor de aquel equipo.

gol del chango cardenas

Fue el momento mágico. Racing derrotaba al Celtic, campeón de Europa, en la tercera confrontación: en la primera, en Glasgow, ganó Celtic 1-0 (gol de McNeil); en la revancha, en Avellaneda, venció Racing 2-1, con goles de Raffo y Cárdenas y Gemmell para el Celtic. Culminaba con un título mundial, el primero de un club argentino, el equipo que fue sensación por el fútbol total que practicó durante esos años dorados.

RevistaRacing_1967_CampeondelMundo

El día que Racing se hizo más grande que nunca

descenso

Esa penosa tarde de 1983…

Fue terrible. Ni el más perverso escritor de improbables relatos de fútbol hubiese imaginado con tanta precisión literaria lo de aquel día. Ni Soriano, ni Fontanarrosa, ni Sasturain… A nadie se le hubiese ocurrido, pero pasó (y es, a su vez, una comprobación del tan obtuso como inapelable precepto “la realidad supera a la ficción”): el 22 de diciembre de 1983, hace veinte años, Racing se despedía de la A en el mismo partido en el que Independiente se coronaba campeón.
Fue terrible, claro. Se sabe: no hay para un hincha una pesadilla peor; “ellos campeones, nosotros al descenso”. Las puntas del ovillo; la gloria y Devoto; el éxito y el fracaso. “No puedo creer ver a mi Racing en la B”, sollozaba la emblemática Tita y era, apenas, la síntesis de un sentimiento generalizado. Ni siquiera servía de consuelo (pobre, claro, pero consuelo al fin) no ser el primer grande en irse al descenso: San Lorenzo se había tomado la molestia dos años antes. Nada podía ser peor. “Sólo es una caída; un grande ha caído, pero no ha muerto”, decía el también emblemático (aunque oscuro) racinguista Ramón Cereijo (de haber dicho la frase quince años antes todos hubiesen apostado que hablaba del peronismo). La herida, claro, nunca se cerró del todo, ni siquiera con el paso del tiempo. Sin embargo, esos años resultan una distancia suficiente para entender qué pasó aquella vez en realidad, y es un tiempo suficiente también para decirlo sin temor: aquel día, Racing se hizo más grande que nunca.
Es curioso (sabrá disculpar el lector la mención meramente personal, pero se amerita en tanto es el origen de esto): mi primer recuerdo fuerte de Racing es el día que se fue al descenso. De chico lo seguía e iba a la cancha con mi viejo, pero a esa edad, trece, catorce años, a uno le importa el presente inmediato como nunca después en la vida. El futuro literalmente no existe más allá de las dos próximas horas, con lo cual la cosa era partido a partido (me deslumbraba aquel equipo de Carrasco, Olarticoechea, Barbas y Calderón, entre otros). En buen romance: me importaban los partidos, no el campeonato.
Por eso me alegraba y me desilusionaba domingo tras domingo, sin proyección de futuro. Pero la primera vez que Racing me movió el alma fue el partido decisivo contra el homónimo cordobés. En Avellaneda, los cordobeses ganaron 4-2 y las ilusiones de seguir en Primera se hicieron pedazos. En la quinta de un amigo de la familia miraba la televisión y lloraba pero con disimulo, a ver si se daban cuenta. Lo peor, de todos modos, fue cuatro días después: la noche posterior al infortunado partido contra Independiente, un amigo del barrio, Hugo, pegó en la puerta de mi casa un cartel con el escudo de los rojos junto al inefable Clemente con sus inefables papelitos, y la leyenda: “Independiente Campeón, Racing a la B. Gil”.
No debe haber insulto más hiriente para esa situación: ésa era la sensación. Pero, a la vez, resultó la confirmación de lo que sospechaba: ser hincha es eso. Cuando se gana se disfruta, y cuando se pierde… Hay que bancar. Hay que estar ahí y seguir queriendo a esa novia que nos despechó porque no se puede hacer otra cosa. Como bien dice San Jodete, el apóstol de la desgracia del cuento de Sasturain: “Hay que joderse, compañero”. El punto es que fue duro aguantar semejante despecho: no sólo descendía (¡iba a jugar al ascenso!) sino que el rival de siempre, el del duelo aparte, de barrio, de potrero y de guapos si hace falta, le restregaba el título en la propia cara.
El descubrimiento del sentido de ser hincha (enamorado total o novio despechado sin solución de continuidad) resultaba, por la absoluta manifestación de incondicionalidad que la ocasión requería, terriblemente revelador: para ser de Racing había que bancársela, pero en serio. (¿Había otro remedio? ¿O algún desentendido de qué se trata esto piensa que se puede cambiar de equipo por un simple despecho?) Ahora bien. No se trata aquí de hacer vericuetos lingüísticos para la posteridad académica ni de justificar con semifalacias lo injustificable: Racing estaba condenado al descenso desde la mitad de ese campeonato. Ruina institucional (llegó a haber una factura de 7 mil dólares por compra de escobas), equipo mediocre y sin ambición, técnicos que iban y venían, y una dirigencia desbordada y a la deriva (cualquier parecido con la actualidad en Avellaneda no es mera coincidencia; al fin y al cabo la historia es a veces tan paradójica que se repite a sí misma, pero invirtiendo los roles de los protagonistas). Lo que no se entiende es la saña del destino: no alcanzaba irse a la B, no alcanzaban los ya por ese entonces diecisiete años sin campeonatos, ni siquiera alcanzaba tener que jugar el último partido en cancha de Independiente. Tenían que ganar para salir campeones y las perspectivas no eran buenas ni para el más fanático y/u optimista hincha de la Academia.
Ellos, se debe reconocer, tenían un gran equipo (alcanza mencionar a Burruchaga, Bochini, Marangoni…). Era muy difícil la parada y aunque al menos se podía sostener la ilusión de arruinarles el título con el empate, no hubo caso. A los cuarenta y pico de minutos del primer tiempo el Gringo Giusti la mandó adentro y fue el final. El segundo tiempo fue sólo para sufrir y para que hicieran otro (vale la mención a la grandeza de Larrachado, Matuszyck, Veloso, Caldeiro, la Pantera Rodríguez y los otros que salieron a la cancha a hacerle frente al desastre).
La pregunta, en este punto, es para cualquier hincha: ¿puede haber algo peor? Definitivamente no. Por eso mismo el hincha de Racing aprendió a bancar, a estar ahí pase lo que pase.. Porque todo lo que vino después, todos esos años de despecho tras despecho, se bancó, y se bancó en serio. Y no fue poco: dos años en la B; el alquiler del equipo, el mercado de papas en el estadio, técnicos como Cubilla y jugadores como el paraguayo Torres o los restos futbolísticos de lo que alguna vez había sido el Puma Rodríguez; dirigentes de terror, la quiebra, el casi descenso otra vez… Y lo más difícil: los años sin campeonatos locales sumaban y sumaban (al menos en el plano internacional había ganado la Supercopa). Todo se bancó porque se había bancado lo peor. Y así, el hincha de Racing se hizo grande en la derrota y engrandeció, con su temple, su estoicismo y su amor incondicional, todavía más al club. Y nunca, pero nunca, renunció a eso, a ese destino de inevitable grandeza, pese a los golpes.
No fue fácil ser hincha de Racing desde el 22 de diciembre de 1983 hasta el milagro de Mostaza Merlo y sus corredores, el 27 de diciembre del 2001 (¿cuándo si no un 28 de diciembre, el Día de los Inocentes, los diarios iban a titular “Racing Campeón”?). Pero se bancó, se bancó todo y por eso se disfruta, y mucho, de un presente que lo tiene como protagonista en la lucha por los campeonatos.. Y gracias a eso, a esos incondicionales que le perdonan (perdonamos) todo, Racing nunca dejó de ser la Academia, de ser un grande; ni siquiera en los peores momentos y cuando muchos lo daban por muerto. Como el 22 de diciembre de 1983. Ese día en que Racing se hizo más grande que nunca.